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Foto del escritorViolant Muñoz i Genovés

"Nocturnalia" de Joel Santamaria

Año 280 dC El centurión Constante Barsemis, con su liberto Elio Rodrigo, entra en la decadente ciudad de Tarraco para visitar a su hermana Valentina. Su cuñado, el edil Julio Natal, le pide que le ayude a resolver unos misteriosos casos en los que familias enteras han sido cruelmente masacradas; casos relacionados con otro similar que el centurión presenció tiempo atrás en la remita ciudad de Palmira.


Ambos ignoran que se están adentrando en una trampa mortal. Constante y su cuñado investigarán las terribles muertes y descubrirán un mundo oculto de hechiceros y brujas que devoran carne humana y practican la negromancia, resucitando a muertos para sus oscuros fines.


"Nocturnalia" cabalga con la habitual maestría que caracteriza a la escritura de su autor, Joel Santamaría, entre el género histórico y fantástico, presentando al lector un viaje basado en una excelsa documentación que le permite asomarse a uno de los periodos más desconocidos del Imperio Romano, el de finales del s. III. Un periodo turbulento repleto de caos y confusión, en el que proliferaban los cultos mistéricos orientales, la magia negra y la adoración a las divinidades infernales.


Con lo mejor de la novela histórica y una excelente combinación de thriller y suspense, "Nocturnalia" nos invita a disfrutar de un relato que acierta reuniendo en sus mismas páginas: magia, ocultismo, pasiones, temores, traiciones, historia, tradición y fantasía sin que el coctel chirríe lo más mínimo. El resultado es una lectura que atrapa y estremece desde su comienzo y que logra hacer sentir al lector testigo y partícipe de las peculiaridades más excéntricas de una época inusualmente recogida en la literatura.


El narrador establece un paralelismo entre la decadencia del Imperio Romano en el siglo III d. C. y la del mundo occidental de la actualidad. Encontraremos muchos puntos de esta similitud a lo largo de la novela: la desaparición de la clase media y el empobrecimiento general de la sociedad (frente al enriquecimiento ilícito de unos pocos), un cambio climático extremo con la alternancia de inviernos gélidos y veranos áridos que arruinan las cosechas, la extensión de plagas y pandemias y, sobre todo, un sentimiento de caos y confusión generales.


Cuando Constante explica la relación que tuvo con Ehlabel y posteriormente la toma y el saqueo de Palmira se van mencionando una serie de monumentos representativos de la ciudad, como el teatro, el Tetrapilón, el arco de triunfo, el templo de Al-lat o el de Nabu. Todos ellos se conservaron en buen estado durante mil ochocientos años hasta que el Daesh los voló con Goma-2 entre 2016 y 2017.


Por lo que se refiere a los saludos romanos, es preciso apuntar que eran algo diferentes a los que aparecen en los péplums de Hollywood. Los romanos se saludaban estrechándose la mano y diciendo ave o salve. Si era alguien muy querido, se abrazaban y se daban dos besos en la cara; si se trataba de alguien de categoría superior, como un emperador, se arrodillaban y le besaban la mano. Como saludo de admiración, podían extender el brazo diestro y juntar el índice con el pulgar. En cuanto a la despedida, la fórmula más frecuente era vale. Todos estos tipos de saludo aparecen en la novela.


La religión oficial del Imperio Romano estaba muy vinculada a las prácticas de magia, en particular, a la adivinación del futuro mediante el horóscopo o las prácticas de los sacerdotes augures o arúspices, que consistían principalmente en examinar las vísceras de las víctimas sacrificadas en los altares o en estudiar el vuelo de las aves.


Frente a esa religión oficial (representada por el emperador, los dioses del Olimpo y la triada capitolina) había otra, clandestina, vinculada a prácticas de hechicería y de magia negra: conjuros amorosos, maldiciones y resurrecciones de muertos, principalmente. Estas prácticas eran muy parecidas a las posteriores de brujería en Europa o, en tiempos más actuales, a las del vudú o la santería del Caribe.


En el caso de las maldiciones, solía utilizarse un muñeco de barro o cera al que se le clavaban agujas o una defixio, una tablilla de plomo con una maldición escrita; la maldición se solía echar al interior de un pozo. Por lo que se refiere a la resurrección de los muertos, en los escritos de la época se aseguraba de ella que era una práctica muy frecuente. Recitando un conjuro y vertiendo cierta poción en la boca y en las orejas del fallecido, el hechicero podía conseguir que un muerto resucitara durante cierto tiempo y que respondiera a sus preguntas u obedeciera sus órdenes. Algo similar a lo que se ha dicho en épocas más recientes de los brujos caribeños y de los muertos a los que convierten en zombis. Podemos ver ejemplos de esto en la Pharsalia de Lucano o en el Asno de Oro de Apuleyo.


Otra de las facultades que otorgaba la magia negra era la de transformarse en animales nocturnos, en concreto, en unas aves similares a los murciélagos o a las lechuzas que se conocían como striges. Las brujas y los hechiceros que experimentaban esta metamorfosis (a menudo untándose por todo el cuerpo un ungüento) solían alimentarse precisamente de cadáveres, o de la sangre de bebés. De esta creencia romana derivan las leyendas medievales de las brujas y de los vampiros. En Transilvania, por ejemplo, los vampiros siguen recibiendo el nombre de strigoi, directamente procedente del de striges.


Los dioses invocados para practicar la magia negra eran Plutón (Hades), Proserpina (Perséfone) y Hécate. Los tres juntos formaban la triada infernal, un reflejo en negativo de la triada capitolina, formada por Júpiter, Juno y Minerva. A pesar de que Plutón fuese el soberano de los Infiernos, la deidad más invocada para los conjuros de brujería y magia negra era Hécate. A estas divinidades infernales se les solían ofrecer animales de pelaje negro, sobre todo chivos y gatos (de ahí viene la vinculación actual de los gatos negros con la brujería). La pena más frecuente por practicar la nigromancia durante el Imperio Romano era la muerte por la hoguera, la misma que se aplicaría posteriormente a las brujas.


Joel Santamaría Matas, el autor, natural de Reus, se aficionó a la lectura desde muy pronto y como consecuencia de su interés por ella estudió Filología Hispánica y Anglogermánica. Actualmente reside en Salou, donde imparte clases de Lengua y Literatura Universal en un centro de enseñanza secundaria. Con anterioridad ha publicado en Espasa una novela histórica, Dies irae. Su segunda novela, Humanofobia, es una distopía que ha quedado primera finalista del premio de ciencia ficción Isaac Asimov 2019.

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