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Foto del escritorViolant Muñoz i Genovés

Reseña de "El geólogo" de Paul Theroux

Una poderosa narración sobre una rivalidad que se remonta décadas sitúa al autor en su mejor momento creativo.


La rivalidad entre los hermanos Belanger, Frank y Pascal —o Cal, como lo suelen llamar—, tres años menor, está tan arraigada que se pierde en el tiempo. Ni siquiera saben cuándo comenzó, pero, por enfrentarse, lo hacen hasta en la manera en que pronuncian su apellido. Uno, a la americana, y el otro, a la manera quebequense, de donde era oriundo su padre al que pierden en la adolescencia. Quizá comenzara cuando Cal salvó a su hermano mayor de morirse ahogado al cruzar un arroyo crecido en la temporada de lluvias. Una humillación que llevaría a Frank a recordarlo muchos años después exactamente al revés, muy interesado en propagar su versión. O tal vez cuando la primera novia de Cal, dolida tras la ruptura, utilizó a Frank para vengarse de él. Aunque quizá la animadversión entre los dos hermanos se remonte a la infancia. Las paperas le dejaron de secuela a Frank una parálisis en la mitad del rostro, que lo acompañaría desde entonces, y acapararía los cuidados y la atención de mamá. En descargo, Cal se vuelca por completo en su padre y se convierte en un excelente scout, intrépido y aventurero. Sea como sea, los caminos de ambos hermanos se bifurcan pronto y alejan de manera constante, pero a la vez nunca dejan de cruzarse. Son opuestos en todo. Frank es extremadamente locuaz y persuasivo, hasta se diría que un tanto manipulador. Prospera como abogado en pleitos de accidentes laborales y negligencias médicas, se casa con una viuda a la que hace ganar una fortuna en indemnizaciones y jamás abandona Littleford, su pequeño pueblo natal de Nueva Inglaterra, donde se convierte en un personaje influyente y respetado. Cal se transforma en un geólogo reservado, disfruta de la prospección solitaria en busca de gemas y metales preciosos, y en sus continuos viajes a posibles destinos mineros (el desierto de Arizona, el Yukón, la selva colombiana, Australia, África…) gana con los años bastante dinero. Quien no lo conociera pensaría que a Cal lo mueve la ambición, pero más bien esa es la motivación del abogado. El geólogo solo pretende alejarse lo más posible de su hermano mayor quien, con su carácter dominante y controlador, no deja nunca de inmiscuirse en sus asuntos y recelar de él. Al cabo los años, el aventurero sienta cabeza. En Colombia conoce a Vita, una escritora de Florida de origen hispano preocupada por la explotación infantil en la minería del tercer mundo. Se casa con ella, tienen un niño y Cal compra una gran casa en el barrio más rico de Littleford, al que regresa como un hijo pródigo. Pero su trabajo, y quizá también la asfixiante presencia de Frank, lo lleva de nuevo a largas temporadas de ausencia para la extracción de esmeraldas en un yacimiento de Zambia, con lo que la relación con su esposa se va resintiendo. Cal lo tiene todo para ser feliz y cuando se dispone a regresar definitivamente a Nueva Inglaterra para recuperar a Vita, quizá ya sea demasiado tarde, pues algo ha cambiado en la actitud de su hermano. Frank se ha convertido en el mejor amigo de su mujer y la predispone en su contra. Del mismo modo, su hijo Gabe sigue los pasos del tío Frank, estudia Derecho y se muestra cada vez más distante. Con los años, lejos de enfriarse, las envidias, recelos, disputas y rivalidades entre los dos hermanos no han hecho más que cocinarse a fuego lento hasta convertirse en un odio mutuo y acérrimo. En el pueblo, Frank pasa por un tipo generoso y altruista siempre dispuesto a defender a los más débiles, pero Cal conoce su otra cara, la mitad de su rostro congelado en la infancia a causa de las paperas, y sabe que eso no es cierto. Como tampoco son ciertas la mayoría de las historias y recuerdos que relata sin cesar: las primeras son suyas, de sus viajes por el mundo, y los segundos son compartidos, él también los ha vivido y sabe que su hermano los distorsiona. Pero ¿qué es lo que Frank pretende en realidad? ¿Qué es lo que en verdad persigue? Para Cal la pregunta tiene una única respuesta: su hermano solo quiere destruirlo… Hasta aquí la historia, por supuesto, es sesgada, porque es Cal quien la narra y reconstruye en primera persona. Pero como no ha hecho más que comenzar, le tocará al lector discernir entre sus luces y sombras, matices y ambigüedades y erigirse como juez en la contienda fratricida o tomar partido, si lo desea. Lo cierto es que el caso de los hermanos Belanger no tiene nada de maniqueo ni presentará una resolución sencilla, quizá porque no la hay. De eso trata El geólogo, la nueva novela de Paul Theroux, uno de los narradores estadounidenses más leídos y mejor valorados en la actualidad. Una obra que, sobre el andamiaje de la geología y la prospección de suelos, excava en la psicología de personajes complejos y contradictorios para revelar, en definitiva, una historia incómoda, plagada de intriga y suspense, sobre la naturaleza impura, tortuosa y nunca inocente de las relaciones entre hermanos. Un profundo yacimiento de pasiones encontradas cuya extracción no es una tarea sencilla, al igual que sucede con los minerales, y que también tiene, por descontado, consecuencias devastadoras. Más allá de las posibilidades de catástrofe, de las pequeñas rocas y sedimentos que se desprenden en las profundidades, ningún lector se sentirá del todo ajeno. Ese es el principal mérito de esta novela, fruto de la destreza narrativa de Paul Theroux.


Paul Theroux acostumbra a forjar sus personajes centrales no como figuras rígidas y sin fisuras, sino en la contradictoria y plástica fragua de la vida. Más aún en el caso de esta novela, ya que el geólogo Cal evoluciona a lo largo del relato en función de los ambiguos e impuros compuestos minerales que conforman su personalidad. Y otro tanto sucede con su némesis Frank, aún más rico en matices y contradicciones que el narrador, si cabe. Pero lo remarcable de El geólogo, en este sentido, es que esa misma densidad de capas o estratos en la constitución de los personajes centrales también está presente en los aparentemente secundarios, cuya presencia no solo se define en función de la trama. Tal es el caso, por ejemplo, de Tutwa, una mujer bemba repudiada por no someterse a las absurdas tradiciones de su pequeña aldea en Zambia. Allí Cal explota una rentable mina de esmeraldas y aprovecha la condición de Tutwa para contratarla de criada, primero, y convertirla en su amante, después. Aunque quizá sea esa mujer empoderada la que haga y deshaga y no ese remedo de blanco colonizador, porque ella acabará estudiando enfermería en una capital africana. Otro tanto sucede con Johnson Moyo, el amigo y socio local de Cal en la explotación de las esmeraldas que, pese a los escrúpulos morales del narrador, optará por dar rienda suelta a su codicia en las modalidades más beneficiosas de la minería africana. Pero quizá el ejemplo más palmario de un personaje secundario con una evidente densidad añadida es el de Amala, una joven de cabeza rapada seguidora del Dalai Lama que tal vez, de forma involuntaria, salve del abismo al protagonista cuando este cae en la espiral de odio y rencor hacia su íntimo enemigo.


De una manera similar al tratamiento de los personajes, Paul Theroux también trabaja a conciencia los elementos del attrezzo con los que viste sus novelas. En el caso concreto de El geólogo, destacan en particular tres objetos cuya carga simbólica puntúan el curso de la historia y por momentos colorean de tonos un tanto crepusculares la atmósfera del relato. En primer lugar, una pistola Colt semiautomática calibre 32 que acompaña muchos años al narrador, hasta que finalmente intenta usarla. Es un regalo del cártel de los Zorrilla por salvarle la vida a Carlos, su patriarca. De muchacho, en sus primeras prospecciones en el desierto en busca de oro, Cal se topa un día con un anciano moribundo al que hidrata, revive y conduce hasta su casa en Phoenix. Luego se enterará, como si fuera un negro vaticinio, de que quien había traicionado al jefe de los narcos y lo había abandonado a su suerte en el desierto había sido el propio hermano de Carlos Zorrilla. También tiene un peso simbólico evidente una bella brújula de plata con un afilado rubí en el centro de su cuadrante que Frank le regala sin venir a cuento al narrador, justo en el preciso momento en el que este pretendía tomarse la revancha por los agravios acumulados. Así desactiva a Cal y lo deja fuera de juego. Pero al igual que la cara de Frank tiene dos mitades asimétricas, la historia de esa brújula tendrá dos versiones y puede que la más hiriente para Cal sea la cierta. Por último, también destaca una delicada joya, unos pendientes construidos con pepitas de oro de gran pureza en bruto, ya que ilustran la naturaleza dual y contradictoria del narrador, cosa en la que se identifica, aunque no quiera, con su odiado hermano Frank. Cal demuestra una gran generosidad y cariño de muchacho al regalarle esos costosos pendientes a su madre; pero también se comportará como un cretino años más tarde cuando intente robar la joya porque se siente acorralado y no ve otra salida.


De forma sutil, la novela de Paul Theroux retrata el absoluto desprecio por el medio ambiente que practican tanto las grandes potencias como las corporaciones multinacionales, e incluso va más allá al describir el espíritu depredador con el que esquilman los recursos naturales del Tercer Mundo, sin ningún tipo de miramiento ni escrúpulo. Pero donde quizá se recargan las tintas con mayor contundencia, como si la ficción literaria también funcionara como una forma de denuncia, es en la explotación infantil en la que cae la industria minera de los países subdesarrollados con alarmante frecuencia. De hecho, Cal conoce a Vita en una mina de esmeraldas colombiana en la que se utiliza a niños de corta edad como mano de obra debido a la escasa altura de sus galerías. Ya antes de convertirse en su esposa, Vita se entrega por completo a la causa de la defensa de los derechos de la infancia, sobre todo contra la explotación minera en varios puntos calientes del globo, a través de una fundación en la que hace una meteórica carrera. Y muchos años después, Cal intentará recuperar a su mujer y demostrarle su amor corriendo un gran peligro para aportar a la fundación de su esposa los documentos gráficos y los testimonios necesarios para denunciar internacionalmente la explotación de niños en las minas de cobalto del Congo. Cal cruza la sabana durante días en un todo terreno y se interna en una peligrosa zona de conflicto arrasada por el hambre para descubrir cómo mujeres y niños forzados escarban el barro de las minas de cobalto a cielo abierto con las manos desnudas. Los daños que produce a la salud tal manipulación del mineral son lo de menos, porque lo que está en juego es la especulación al alza de ese raro metal que se ha vuelto imprescindible para la fabricación de ordenadores y móviles. Y lo más perverso e irónico del asunto es que el protagonista de la novela documenta dicha explotación a través de la cámara de su móvil.


Paul Theroux (Medford, Massachusetts, 1941) es uno de los escritores más reconocidos del mundo. El gran bazar del ferrocarril (Alfaguara, 2018) lo catapultó a la fama en 1976 y constituye un clásico de la literatura de viajes. En su prolífi - ca obra destacan títulos como Tren fantasma a la Estrella de Oriente (Alfaguara, 2010), El Tao del viajero (Alfaguara, 2012) y El último tren a la zona verde (Alfaguara, 2015), o novelas como La costa de los mosquitos (por la que Theroux recibió en 1981 el James Tait Black Memorial Prize, y que ade - más fue adaptada al cine por Peter Weir y en 2021 a la pequeña pantalla), La calle de la media luna, Hotel Honolulu, Elefanta Suite (Alfaguara, 2008), Un crimen en Calcuta (Alfaguara, 2011), En Lower River (Alfaguara, 2014), Tierra madre (Alfaguara, 2018, escrita tras la muerte de su madre y en la que estuvo años trabajando) y, ahora, El geólogo (Alfaguara, 2023).

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