LA LARGA MARCHA CONTRA LOS ABUSOS SEXUALES EN LA IGLESIA
Los abusos sexuales dentro de las organizaciones religiosas no han dejado de estar de actualidad desde que empezaron a destaparse. Hoy son los Legionarios de Cristo, antes fueron otras organizaciones y mañana quién sabe. Es difícil no establecer paralelismos con el movimiento MeToo. El autor de este libro, el español Miguel Hurtado, se ha convertido en un referente internacional en la lucha contra estos abusos que está en primera fila de todas las batallas que se vienen dando: ha asistido a las principales protestas internacionales de las organizaciones de víctimas de los últimos años, además de participar el documental de Netflix Examen de conciencia. Su lucha y la de otros ha obligado al Vaticano a tomar algunas medidas. Este año, por fin, el papa Francisco ha decidido acabar con el secreto pontificio en los casos de abusos, una verdadera losa para su resolución, y ahora mismo, cuando este libro sale a la calle, se cumple un año de la cumbre antipederastia que la Iglesia se vio obligada a convocar el febrero de 2019.
UNA PEDRADA EN LAS VIDRIERAS DEL VATICANO
Este libro es un testimonio en primera persona acerca de uno de los problemas que más han sacudido las conciencias en los últimos años: los abusos sexuales cometidos por religiosos y hombres de la Iglesia contra menores a su cargo. El autor es una de las innumerables víctimas de esos abusos, alguien que pasó de víctima a activista para erradicar esa lacra. El manual del silencio narra su trayectoria, las circunstancias en que se produce ese crimen que la jerarquía eclesiástica se obstina en ocultar y lavar en casa, los entresijos de la Iglesia, el sufrimiento de las víctimas, el activismo de quienes, tras grandes dificultades, han decidido denunciar y combatir los abusos para evitar que sigan ocurriendo.
El libro es también una denuncia demoledora contra una jerarquía católica a la que se define como “una de las organizaciones criminales más opacas y poderosas del planeta”. “Ninguna institución tiene a tantos depredadores sexuales en nómina”, escribe el autor. Pues si los abusos los comete sólo un pequeño porcentaje, su encubrimiento, que es la otra cara de la moneda y es tan importante como estos, lo practica el conjunto de la jerarquía, empezando por los papas. Incluso un papa con buena imagen, como Francisco, sale muy desfavorecido en el libro. Hurtado recoge testimonios de personas que le conocieron en Buenos Aires y sostienen que se portó muy mal en los casos de abusos, o se refieren a sus presiones sobre la justicia civil en Argentina, sus negativas reiteradas a reunirse con las víctimas o a contestar sus cartas. El autor habla de la “verdadera cara”, la hipocresía y doble moral de un papa Francisco al que describe como “el mayor empleador de pederastas del planeta”.
En esa lucha, en esa larga marcha emprendida por muchas víctimas como Miguel Hurtado, hay un momento clave: la cumbre antipederastia de Roma en febrero de 2019, que fue el resultado de “la mayor crisis de la Iglesia en varios siglos”. “Cuando hablamos de pederastia en la Iglesia, todos los caminos llevan a Roma”, escribe el autor. Y un aspecto esencial de este problema candente es la diferencia entre pecados y delitos: la Iglesia ha venido considerando los abusos sexuales como pecados que deben ser purgados con penitencia y mantenidos intramuros de la institución; las víctimas sostienen que son delitos que deben ser sometidos a la justicia ordinaria y castigados debidamente. Pero en la cumbre de 2019, el Vaticano no ofreció una respuesta convincente, sólo el clásico plan de oración y comunicación por medio de bellas palabras vacías.
EL ADOLESCENTE QUE SUFRE ABUSOS
La historia de Miguel Hurtado es una gota en un océano, pero es una historia —dice, y sólo se puede estar de acuerdo— que merece ser contada. Y para entenderla por completo, empieza por describir sus orígenes familiares y algunos rasgos suyos que se dirían genéticos, como la tozudez que le ha llevado a emprender la batalla en qué está inmerso. De su madre aprendió a cuestionar los dogmas de la fe cuando estos son dañinos para la dignidad humana, un principio que le ha guiado siempre. La parroquia del barrio de su infancia podría clasificarse de progre y solidaria con los más necesitados, pero incluso en ese ambiente, un cura fue denunciado por abusar sexualmente de un joven en situación de vulnerabilidad económica y social. Aquel cura, como Miguel comprobaría tantas veces en los años siguientes, simplemente desapareció de la parroquia; fue trasladado a otra donde podría seguir actuando como lo había hecho y sin que el caso trascendiera a la justicia. Toda una premonición.
La infancia y la adolescencia del autor transcurren en una estructura familiar frágil y vulnerable, una familia claramente disfuncional, con un padre inmaduro y conflictivo. El joven Miguel es un cristiano que no piensa sólo en la otra vida, sino también en mejorar esta, y que llega a considerar seriamente la oposición del sacerdocio. Siendo adolescente, descubre su orientación homosexual, algo que le llena de angustia y le lleva a ir saliendo del armario gradualmente. La actitud de su madre, que insiste en que vaya al psiquiatra para curarse (esto, en la España de los 90), tampoco le ayuda.
A los dieciséis años se integra en un grupo de scouts de la abadía de Montserrat y allí (“a los pies de la Moreneta”, como escribe) sufre abusos durante todo un año por parte de un monje llamado Andreu Soler. La imagen de este cerniéndose sobre él le acompañó durante años en sus pesadillas. Algo se rompe en su interior y el mundo se le viene encima. Ha sido agredido en un entorno que, como el colegio, debería ser un lugar seguro, estructurado, en el que encontrar orden, cuidados y apoyo. Se puede desconfiar y precaverse de lo desconocido, pero ¿quién te previene de los conocidos, del entorno de confianza?, se pregunta.
Los abusos fueron la culminación de un largo proceso de manipulación emocional por parte de su agresor, lo que los expertos denominan como grooming, Tras los abusos Miguel vivió paralizado durante meses sin saber cómo reaccionar. Finalmente, se lo contó a un monje de confianza que le indujo al silencio y no tomó medida alguna. El abad tampoco tomó medidas, sólo se interesó por que no denunciarán. Y cada día de demora era uno más para que el agresor abusara de otros críos, reflexiona Hurtado. Con el tiempo, el caso Montserrat sería uno de los mayores escándalos de pederastia ocurridos nunca en Cataluña.
LOS TIEMPOS ESTÁN CAMBIANDO
Si durante muchos años los abusos sexuales por parte de religiosos eran un secreto a voces, con el tiempo las voces se van a ir imponiendo sobre el secreto y el silencio. Los tiempos empiezan a cambiar en Estados Unidos. En 2002, el periódico Boston Globe publica datos escalofriantes sobre casos de abusos a niños dentro de la iglesia; casos como el del padre George Geoghan, que, en más de treinta años y en seis parroquias, abusó de más de ciento treinta niños. Geoghan fue condenado a diez años de prisión. Antes, el sacerdote James Porter fue condenado por abusar de veintiocho niños, pero quizá fueron más de doscientos (él reconoció cien) en treinta años; también murió en la cárcel.
Estas publicaciones empezaban a perfilar un patrón de abusos y de encubrimientos. Un terapeuta estimó que al menos un 6% de sacerdotes abusan de menores. Por otro lado, la denuncia del Boston Globe hizo que los denunciantes fueran escuchados y tratados con respeto, y sus denuncias tomadas en serio por los medios y la sociedad. Hubo una oleada de denuncias sin precedentes en los medios y en los tribunales que llevó al Vaticano a organizar una cumbre antipederastia de emergencia, de la que sólo salieron declaraciones y ninguna medida contra los encubridores. Pero se había puesto en marcha un proceso que ya no se iba a detener. En 2004, un informe en Estados Unidos, el John Jay Report, concluyó que, entre 1950 y 2003, 10.667 individuos habían denunciado haber sufrido abusos sexuales por parte de 4.392 religiosos (el 4% del censo).
Con la salida a la luz de tantísimos casos de abusos, llegó también el momento de organizarse y plantar medidas para combatirlos. El libro contiene tanto relato de la trayectoria del autor como activista contra los abusos como sus reflexiones para acabar con esa plaga. Así, Miguel Hurtado sostiene que la protección y la lucha contra la pederastia se debe apoyar en tres pilares: el conglomerado formado por supervivientes, activistas y sociedad civil; el poder judicial, y la labor de los medios de comunicación, del periodismo de investigación.
CAMINO DE SANACIÓN Y APRENDIZAJE: EL ADULTO EMPODERADO
En cuanto a su trayectoria personal, esta es el largo camino de la sanación de una herida, de su crecimiento como persona y como profesional, el encuentro con una importante red de apoyo, la lucha organizada contra los abusos sexuales. En definitiva, su “transición de víctima de abusos y chico traumatizado a adulto empoderado”. Es un camino de sanación y recuperación porque, como escribe el autor, “a las víctimas de abusos nos resulta muy complicado volver a confiar en los demás, porque el abuso sexual ha sido, ante todo, un abuso de confianza y una traición”, Las víctimas aprenden a desconfiar de la bondad de los desconocidos, todo el mundo les parece culpable de intentar hacerles daño mientras no se demuestre lo contrario. En su cerebro, sexualidad y abuso se convierten en sinónimos, por lo que sufren grandes dificultades para establecer relaciones.
Miguel, cuando se vino a Madrid para trabajar como médico residente, tuvo la suerte de encontrar un círculo de amigos de confianza que se convirtieron en su verdadera red de apoyo. Y aprendió algunas enseñanzas que pueden ser útiles a otros en situaciones parecidas a la suya. “Si trabajas duro sin desanimarte por los contratiempos, si haces un esfuerzo por recuperarte, si eres capaz de aceptar las propias limitaciones y pedir ayuda cuando te sientes desbordado, puedes ir ganando una fortaleza interior cuya existencia desconocías, una que no está basada en negar tus debilidades, sino en la entereza de quien ha sido capaz de afrontar y vencer a sus demonios interiores”, escribe con palabras en las que resuena el famoso If de Kipling.
En ese periodo de formación, dos másteres realizados al margen de su trabajo le fueron de gran ayuda, le dieron las claves para entender su historia personal y familiar y le ayudaron a exorcizar los fantasmas del pasado, dentro de un ambiente intelectualmente estimulante, cálido y respetuoso. Le permitieron comprender, por ejemplo, que “el tipo de experiencias más traumatizantes suceden cuando las instituciones de las que se depende para sobrevivir — la familia, la escuela o el Estado— son las que violan, humillan, traicionan o causan grandes pérdidas o separaciones, en vez de cumplir su función de cuidar, proteger, promover la autoestima positiva, los límites seguros y la libertad personal”.
También le ayudaron a comprender que en su caso, se dio una clara relación entre una familia desestructurada como la suya y los abusos sufridos. “La ausencia de apoyo emocional paterno me había convertido en la víctima perfecta” para el monje que abusó de él. Alguien, por cierto, al que publicaciones Abadía de Montserrat le publicó en 2007 un libro de memorias, donde el pederasta se vanagloriaba de su labor con los scouts. Esa publicación fue para Miguel Hurtado un escarnio añadido, la gota que colmó el vaso de su paciencia y le hizo decidir que algún día tiraría de la manta. La evolución de los hechos relacionados con las denuncias de pederastia le iba a ayudar a hacerlo.
EL ACTIVISTA
El negacionismo en el que se enrocó el Vaticano a partir de 2002, a raíz de las publicaciones del Boston Globe, hizo que se perdieran unos años valiosísimos, Pero todo cambió en 2010, cuando unos ciudadanos alemanes denunciaron al rector del que fuera su colegio jesuita que habían sufrido abusos en los años setenta y ochenta por tres religiosos de la orden. Esta denuncia encendió una mecha “que acabaría dinamitando la credibilidad de las iglesias alemana, belga y holandesa”. La oleada de denuncias forzaron a las Iglesias locales de esos países a iniciar una campaña de búsqueda activa de víctimas. La Iglesia católica alemana encargó una auditoría interna en 2014, cuyos resultados se hicieron públicos en 2018: 3.677 menores (la mitad menores de trece años) habían sufrido abusos sexuales entre 1946 y 2014 en las veintisiete diócesis alemanas por parte de 1.670 religiosos. La onda se extendió a Holanda, donde otro informe identificó a ochocientos sacerdotes y empleados de la Iglesia que habían abusado de entre diez y veinte mil menores en orfanatos, internados y seminarios católicos durante cuarenta años; siempre con una política de encubrimiento por parte de la jerarquía eclesiástica. En Bélgica se supo que se habían producido trece suicidios tras los abusos.
Esas revelaciones empujaron a dimitir a Benedicto XVI, que había sido arzobispo de Munich entre 1977 y 1981. Aunque lo que dinamitó completamente su credibilidad fue el caso Murphy, que afectó a decenas de niños sordomudos en Wisconsin.
Antes de convertirse en Benedicto XVI, y durante el papado de Juan Pablo II, Ratzinger, entonces cardenal, había promovido el secreto pontificio. Este prohibía terminantemente a la jerarquía católica denunciar a los religiosos pederastas ante la justicia civil. La medida de hacer que todo se quedara en casa suponía una verdadera cultura de la omertá, dice Miguel Hurtado, para quien Benedicto XVI fue el “máximo capo de la mafia pederasta vaticana”.
Confiar únicamente en la justicia religiosa para resolver el problema era gravemente negligente e irresponsable. Y una excepción al secreto pontificio, como la que se produjo en Estados Unidos, o la tímida reforma de 2010, por la que los obispos podían denunciar si y solo si la ley civil les obligaba, no cambiaban la situación.
En 2012, Miguel Hurtado asiste en Chicago a la conferencia anual de la red de supervivientes de abusos por parte de sacerdotes (SNAP, por sus siglas en inglés). Convertido ya en un activista, a principios de 2014 asiste como observador, junto con otros activistas (a los que considera su nueva tribu), a la comparecencia del Vaticano ante el Comité de la infancia de la ONU en Ginebra, Allí, da rueda de prensa y vuelve constatar lo criminal del sistema de encubrimiento y la trampa de considerar las violaciones de menores un pecado y no como un delito. Con todo, esa rendición pública de cuentas por parte de la Iglesia le parece “la mayor crisis de su historia, al menos desde la Reforma de Lutero”.
Miguel Hurtado se implica en una campaña para que los delitos de pederastia no prescriban en España. En 2016 estalla el caso maristas, uno de los mayores escándalos de la pederastia clerical en la historia de España. Ese mismo año, Hurtado y sus compañeros se dirigen a los partidos políticos, convencidos de que el mejor momento para que los políticos escuchen es antes de unas elecciones. Los resultados no serán muy buenos. La necesidad del PSOE de tener a la Iglesia de su parte en el asunto del traslado de los restos de Franco, le lleva a desentenderse del problema de la pederastia clerical.
El modelo híbrido de activismo que adopta Miguel Hurtado es una mezcla del de SNAP (al estilo de las luchas por los derechos civiles en Estados Unidos) y el de las empresas tecnológicas de Silicon Valley; es decir, establecer lazos de gran intensidad emocional y plena confianza entre activistas, como los primeros, y uso de las nuevas tecnologías, como los segundos. Un modelo que requiere reclutar víctimas con la valentía de denunciar, activistas muy comprometidos, expertos en Derecho, un político comprometido con los derechos de la infancia en cada partido y expertos en comunicación y redes sociales. Con el objetivo principal, más que de castigar los delitos pasados, de prevenir los futuros.
LOGROS Y TAREAS PENDIENTES
Pero la lucha de las víctimas de pederastia sigue cosechando frutos. En 2014, el Informe del Comité de la Infancia critica con dureza a la Santa Sede por negarse a entregar información sobre las investigaciones canónicas, por imponer la confidencialidad y por obstaculizar las denuncias. Otro informe del verano de 2018 en Pensilvania arroja el dato de que más de trescientos religiosos católicos violaron, sodomizaron, torturaron, abusaron y explotaron sexualmente a más de mil niños desde 1950.
Se comprueba la diferencia entre los informes generados por organismos externos e independientes (caso de Pensilvania, Canadá, Irlanda o Australia) y los que dependen de la Iglesia. Los primeros, además de tratar de cuantificar el número de víctimas, indagan en lo que sabían los obispos, desde cuándo y qué hicieron y qué dejaron de hacer. Se centran no solo en la magnitud de los abusos sino en la extensión del encubrimiento institucional.
Las tres oleadas de antipederastia en Estados Unidos, Europa y América Latina sucesivamente, constituyen un movimiento global por los derechos de la infancia que está transformando leyes, protocolos y mentalidades, y protegiendo a las futuras generaciones. Como ejemplo reciente, la decisión del papa Francisco, de por fin eliminar el secreto pontificio en los casos de abusos, una reivindicación histórica de los movimientos de víctimas.
Sin embargo la eliminación teórica del Secreto Pontificio no implica la colaboración real de la Iglesia con la justicia. En la práctica la iglesia sigue socavando dos principios democráticos básicos: la separación Iglesia-Estado y la igualdad de los ciudadanos ante la ley. Para perseguir estos delitos, el sistema canónigo no permite realizar pruebas forenses o de ADN ni autorizar registros domiciliarios; las investigaciones y juicios son secretos, y la imagen de curas juzgando a curas transmite corporativismo, no justicia.
La larga marcha de Miguel Hurtado como activista contra la pederastia clerical culmina, por ahora, con este libro. Un alegato racional y apasionado a la vez, íntimo y social, con el retrato de una generación de jóvenes emigrados que creció escuchando que “con estudios se llega lejos” y comprobó que, efectivamente, nunca una generación española había estado tan formada…y se había tenido que ir tan lejos.
Un relato que combina la introspección y la denuncia, describiendo una trayectoria que va de la condición de víctima a la activista, pasando por la sanación de una herida, y poniendo el dedo en las llagas más sangrantes de este problema. Como que “todo delito de pederastia es siempre un grave abuso de poder del fuerte contra el débil”; y, como tal abuso de poder, paraliza a la víctima, que tarda años en recuperarse del daño y en sentirse lo suficientemente fuerte como para enfrentarse a sus verdugos.
Un libro que inicia a la reflexión de todos, con tesis no exentas de polémica como esta: “Si como sociedad queremos detectar precozmente e incapacitar a peligrosos depredadores sexuales no nos queda más remedio que permitir que nuestro sistema judicial investigue todas las alegaciones de delitos sexuales de forma exhaustiva, pública y transparente. Aunque el precio a pagar sea el daño en la reputación de una minoría significativa de individuos falsamente acusados de haber cometido un delito horrible… De forma realista, a lo máximo que podemos aspirar es a que nuestro sistema de justicia reparta equitativamente la injusticia. Es injusto para muchas víctimas de delitos sexuales que su agresor quede impune porque se pide un elevado listón de prueba para una sentencia condenatoria, pero es el precio que tienen que pagar para evitar que un inocente vaya a prisión. Porque como sociedad hemos decidido que el trauma para una víctima de tener que afrontar que su agresor queda en libertad es un daño menor en comparación con castigar con pena de cárcel a un inocente. Es también injusto para las personas falsamente acusadas que su reputación se vea manchada y su honorabilidad cuestionada, pero es el precio que tienen que pagar para evitar que los depredadores sexuales actúen impunemente. Porque como sociedad estamos comenzando a aceptar que una reputación destrozada es un mal menor en comparación con perder la oportunidad de prevenir la violación de mujeres y niños detectando precozmente y mandando a prisión a un criminal multirreincidente”.
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