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  • Foto del escritorViolant Muñoz i Genovés

"La corona de los cielos" de Juliane Stadler

El esplendor de la Edad Media, la violencia de las cruzadas, el poder del amor.

Acción, aventura, intriga, épica y emoción en el arrasador primer libro de Juliane Stadler, un nuevo talento de la ficción histórica que ha debutado con gran éxito en Alemania.


Francia, 1189. Tras cometer un pecado mortal, la joven Aveline, repudiada y sola, decide peregrinar a Tierra Santa para hallar el perdón. En su camino, dejará de ser una chica indefensa a merced de cualquier miserable para convertirse en una certera arquera que, haciéndose pasar por hombre, se incorporará a las filas del ejército del emperador Barbarroja. Pero cuando cae herida en combate en Acre, Aveline debe decidir entre dejarse morir o ser examinada por un cirujano.

Étienne d’Arembour es la oveja negra de una familia noble, que lo desprecia por una mal-formación de nacimiento. Pero Étienne es además un joven inteligente y de buen corazón que acabará encontrando su camino junto a un experimentado médico que le enseñará su oficio. Ambos acaban uniéndose a la Tercera Cruzada como parte del ejército francés tras salvar la vida de un conde que los toma a su servicio.

Será durante el asedio a Acre, la ciudad que da entrada a Tierra Santa, defendida con uñas y dientes por los hombres de Saladino, cuando los caminos de Aveline y Étienne se crucen. Allí los jóvenes se darán cuenta de que su pasado por fin les ha alcanzado... y de que su peor enemigo no se encuentra entre los sarracenos, sino entre sus propias filas.

En palabras de la propia autora: «...Mi novela trata sobre dos personas que durante la Tercera Cruzada buscan la redención y encuentran el amor. Sobre enemigos que se convierten en amigos, y sobre compañeros que se vuelven rivales. Y sobre cómo mantener la condición humana en tiempos de guerra...»


Con La corona de los cielos, su primer libro, Juliane Stadler ha logrado escribir una de las novelas históricas más ambiciosas y emocionantes de los últimos años sumergiéndonos en la época de la Tercera Cruzada (1187-1191) gracias a una meticulosa documentación y una vívida ambientación que traslada a las páginas los olores, colores y sensaciones de la Edad Media.

La batalla de los Cuernos de Hattin en el año 1187, en la que el ejército cristiano resultó aplastado, tuvo como consecuencia que la mayor parte del reino de Jerusalén, incluida la Ciudad Santa, volviera a caer en manos musulmanas. La Tercera Cruzada (un término que en realidad no se empleó hasta mucho tiempo después), también conocida como la Cruzada de los Reyes, respondió al llamamiento del papa Gregorio para reconquistar Tierra Santa de manos de Saladino. Un llamamiento al que se fueron sumando todos los monarcas importantes de la Edad Media europea. El carismático Federico Barbarroja, emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, dirigió un poderoso ejército al que se unieron Felipe II de Francia y Ricardo Corazón de León.

Acre, al norte de Haifa, en la actual Israel, disponía del único puerto de aguas profundas a prueba de tormentas de toda la costa levantina y podía albergar hasta sesenta barcos. Este hecho la convirtió en la ciudad portuaria más importante de la época de las cruzadas.

En el año 1104 había sido conquistada por los cristianos y acabó convirtiéndose en una metrópolis floreciente y cosmopolita a través de la cual se realizaba una gran parte del comercio a larga distancia con Occidente. Desde ella llegaban a Europa valiosos tejidos, cristal, armas y especias, pero también el preciado incienso. A partir del año 1110, Acre se convirtió en la sede de la Orden de San Juan que, además de una magnífica residencia, erigió allí su famosísimo hospital de estilo oriental. También los templarios acabaron instalándose en la ciudad. Tras la caída de la Ciudad Santa en el año 1187, Acre se rindió a las tropas de Saladino sin oponer resistencia.

Su reconquista se consideraba indispensable, de modo que Acre se transformó en el escenario de la disputa más larga y más costosa en vidas humanas entre combatientes cristianos y musulmanes en la historia de las cruzadas. Pronto cobró fama de ser el «cementerio de la nobleza europea». Solo después de un intenso asedio de dos años pudo ser re-conquistada en 1191 y permanecería en manos cristianas durante otros cien años.


En la Edad Media las enfermedades solían considerarse una «prueba de Dios», un castigo a los pecados que solo podía combatirse con ayuda de la confesión y de la expiación. De ahí que las oraciones y los ejercicios de penitencia formaran parte del tratamiento igual que las sangrías, las hierbas curativas, la astrología y el esoterismo.

La denominada «teoría de los humores» que se remontaba a Galeno, médico de la Edad Anti-gua, servía de fundamento a la práctica de la medicina y partía de la base de que en el cuerpo humano impera una mezcla de los cuatro humores (sangre, flema, bilis amarilla y bilis negra). Cuando esa mezcla se desequilibra, la persona enferma. La tarea de los médicos era entonces restablecer el equilibrio valiéndose de dietas, medicinas o sangrías.

En la parte árabe del mundo no se contentaban con esto. La medicina de los médicos orientales fue sistematizada y desarrollada basándose en la medicina antigua y en sus propias observaciones e investigaciones. De este modo surgieron obras fundamentales como el Canon de medicina de Avicena o los tratados sobre cirugía de Abulcasis. Estos conocimientos llegaron también a la medicina europea por diversas vías, entre ellas la mediación de la escuela de medicina de Salerno, de influencia árabe.

Mientras que al «médico teórico» (quien la mayo-ría de las veces procedía de un entorno clerical) se le prohibía por regla general «derramar sangre» en el transcurso del tratamiento, los «médicos cirujanos», como Étienne, contaban con una formación más bien práctica y artesanal del oficio, se ocupaban principalmente de las intervenciones quirúrgicas. Y si bien podemos suponer una profunda pericia y un gran conocimiento de la materia en una parte de los médicos medievales, la carencia de una buena esterilización y la falta de recursos técnicos limitaban enormemente su campo de acción.


El arco figura entre las armas más antiguas de la humanidad. También en la Edad Media gozaba de una gran popularidad como herramienta de caza y de guerra. A diferencia de las armas de cuchilla metálica, los arcos podían fabricarse de una manera sencilla y barata, la mayoría de las veces con madera de tejo, razón por la cual se hallaban también al alcance de la población de menores recursos económicos. Dependiendo de su longitud y de las habilidades del arquero, el arco era un arma asesina. La enorme fuerza de penetración de las flechas no se detenía siquiera ante las corazas de hierro de las armaduras. Dado que podía utilizarse para matar en una emboscada y de una forma casi silenciosa, su empleo no se consideraba «caballeroso». Sin embargo, para la caza o para su uso contra los de-nominados «infieles», se hacía la vista gorda con la caballerosidad.

Los arqueros ingleses armados con arcos largos eran muy famosos y temidos. Eran capaces de disparar hasta una docena de flechas por minuto y conseguían alcanzar objetivos situados a más de trescientos metros. Ahora bien, aunque los ejércitos cruzados ya contaban en sus filas con unidades de arqueros y ballesteros, los grandes contingentes de arqueros de arco largo no se conocieron hasta la guerra de los Cien Años, en la que los ingleses amedrentaron así a los franceses.

Al igual que Aveline, en la Edad Media también hubo mujeres que usaban el arco, un dato que no solo conocemos por las iluminaciones de los libros. Durante la Tercera Cruza-da, la llamada «dama del manto verde» se hizo famosa incluso para Saladino por sus ar-tes certeras en el tiro con arco, tal como relatan sus cronistas. Causó una impresión tal que al sultán se le hizo entrega de su arco al morir ella.


Juliane Stadler estudió la carrera de Protohistoria, Arqueología e Historia Antigua en Heildelberg. "La corona de los cielos" es su debut como novelista y para su escritura se documentó viajando a lo largo de la ruta que recorrió la Cruzada de Federico I Barbarroja hacia Tierra Santa. Vive con su marido y sus dos hijos en Espira.

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